Cumple un rol fundamental en la sustentabilidad y crece en rendimiento y rentabilidad. Desde Chaco hasta Río Negro, el cereal gana lugar en los lotes agrícolas y como insumo para agregar valor.
Como un guerrero de la Antigüedad, el maíz se ha ido pertrechando cada vez con más “escudos” protectores que le permiten desenvolverse con solvencia en distintos ambientes. Así las cosas, en Argentina, se siembra desde las altas temperaturas y los suelos duros del Chaco, hasta lotes semidesérticos patagónicos donde ha logrado rendimientos históricos. Ha sido posible por las investigaciones a nivel mundial, y por las inversiones de los productores en las tecnologías más productivas.
Esos escudos (léase, mejor defensa frente a plagas y enfermedades, resistencia a herbicidas, grosor del tallo que le da estabilidad, genética adaptada para siembras tardías, mayor prolificidad, etcétera), le permitieron cerrar una campaña 2020/21 con una producción nacional exuberante que estuvo entre 48 y 50,5 millones de toneladas (Mt).
Para la campaña que está comenzando, se sembrará un récord histórico de 7,84 millones de hectáreas, según las estimaciones de la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR), que proyecta una cosecha de maíz 2021/22 de 55 millones de toneladas. Con todo, el cereal ha despojado de su trono a la, hasta ahora, reina oleaginosa de los campos argentinos, la soja, que apenas alcanzaría las 49 millones de toneladas.
Pero no sólo se trata de una evolución en el campo. También hoy, los precios invitan a sembrar maíz. Fertilizar Asociación Civil mostró que el margen bruto del maíz para 2021/22 es de 568 dólares por hectárea (había sido de 336 en 2020; 397 en 2019; y 462 en 2018-, ocupando el primer lugar indiscutido frente a una soja que ofrece un margen de 467 dólares por hectárea y al doble cultivo trigo/soja de segunda (con 331 dólares por hectárea). En porcentaje, desde agosto de 2020 a agosto de 2021 el margen bruto del maíz creció un 70%. Impactante.
Tres productores de norte a sur del país cuentan por qué el maíz es estratégico en sus planteos.
El “Messi” del norte
“Acá, el maíz se ha convertido en la base para cualquier planteo agrícola”, disparó, como carta de presentación, el productor y contratista de Charata, Chaco, Daniel Kempe, que cultiva unas 7500 hectáreas (70% de campos arrendados).
“El maíz para nosotros es fundamental en la rotación, porque nos incorpora materia orgánica y genera una cobertura que es clave para contener la humedad todo lo que se pueda, por eso en los campos propios hacemos 50% de maíz y 50% de soja, y en los alquilados 33%, se hace todo lo que se puede”, dijo Kempe.
La fecha óptima de siembra en aquella zona es entre 25 de diciembre y 5 de enero. Se puede estirar hasta febrero pero cada día que pasa se resigna potencial de rinde.
El abuelo de Daniel Kempe, Don Emilio Máximo Kempe, vino de Alemania a Charata escapando de la primera guerra mundial (1914) y empezó sembrando 80 hectáreas. Ese fue el gérmen motivacional para que su nieto se subiera a una cosechadora a los 15 años “y no se bajara más”.
Para Kempe, el maíz de la campaña 2020/21 fue el mejor de su historia. “Tuvimos la suerte que nuestros campos venían con las napas cargadas de las inundaciones pasadas y eso hizo que tengamos rindes récord de 120 quintales por hectárea (qq/ha), algo que nunca se vio”, celebró.
El promedio de rendimiento en las 2200 hectáreas con maíz fue de 95 qq/ha cuando los rindes promedio habituales son de 70-80 qq/ha. “Sumale a eso los precios, el número del maíz es mucho mejor que el de la soja y nos permitió pagar deudas que veníamos arrastrando de las dos inundaciones que pasamos”, apuntó. Aunque hizo la salvedad de que en otras zonas, más hacia el lado de Santiago del Estero, no tuvieron la influencia de napa y los rendimientos no han sido tan buenos.
Kempe compartió con TN Campo algunas de las virtudes que está aprovechando hoy del maíz. Algunas productivas, otras logísticas y, claro, las de mercado. “Empezamos a hacer siembra variable a partir de análisis de suelo y otros datos con 15% más de rendimiento, un muy buen resultado”, contó. Sucede que la variabilidad es mucha. En algunos lotes se necesitan apenas 30.000 plantas por hectárea y otros dan para 78.000. “Nuestra media de densidad era de 60.000 plantas por hectárea, con lo cual, en algunos lugares desperdiciábamos semillas y plata, y en otros desaprovechábamos potencial”, sentenció.
Otro gran cambio en el planteo maicero de Kempe se está dando en la fertilización. “Nosotros hace ya unos años que venimos fertilizando, pero hace poco empezamos a trabajar con fertilizantes sólidos que no requieren de una lluvia inmediata, que pueden esperar un poco, lo cual nos facilita toda la logística”, contó el productor. Y comparó: “Veníamos trabajando con líquidos, pero la logística de traerlos ha sido difícil, por eso, tener un producto sólido que podamos guardar en un big bag soluciona todo”.
La aplicación se puede hacer desde pre-siembra hasta V-7 o V-8, con un retorno a la inversión importante: “Gastás US$70 por hectárea y retornan 340, además, también hacemos fertilización variable al voleo, algunos lotes los dividimos en 4 ambientes diferentes”.
Pero además de lo productivo, está la cuestión logística, que también ha mejorado a partir del ferrocarril. “Estábamos pagando US$35 por tonelada de flete con camiones, hoy el ferrocarril nos redujo 8 a 10 dólares el costo de flete”, contó Kempe. E hizo una cuenta rápida: “Si el maíz te da 8000 kg/ha y el flete al puerto te cuesta US$35 por tonelada, te quedás sin rentabilidad. Entonces, reducir el costo por hectárea es fundamental”.
Gracias a estas pequeñas batallas ganadas, logran n. “Con 8000 kg/ha y si no defendías el maíz vendiéndolo a los feedlots del norte estabas complicado”, aportó Kempe.
Analizando lo que viene, el cierre de las exportaciones de carne planchó la venta de maíz a los feedlots. “Nosotros vendíamos 500 toneladas por semana, ahora estamos con apenas 200″, lamentó Kempe. Y agregó: “Si no hay futuro para la carne, sumado al precio que tiene el maíz que hace caro convertirlo en carne a los valores que el Gobierno quiere que esté la carne, vamos a estar complicados”.
Sin embargo, a pesar de esto, Kempe está convencido de que la próxima campaña, traccionada por los buenos márgenes que está dejando el maíz, se va a sembrar más. “Muchos que no sembraban o sembraban poco van a apostar por el maíz, creo por esta zona va a aumentar 15%, porque además de los buenos precios, en un año que dicen va a faltar agua, el maíz se defiende mejor que la soja”, cerró el productor y contratista chaqueño.
Este cambio se dio gracias al desarrollo de híbridos con eventos biotecnológicos de protección contra plagas, mayormente dos que complican en el atraso de la fecha de implantación, dejando el periodo crítico en una época donde hay más plagas como spodoptera y diatraea (también conocida como “barrenador del tallo”).
Corazón maicero del país
Por clima, suelos y capacidad tecnológica, en el norte bonaerense, el sur santafesino y el centro-sur de Córdoba, el maíz se siente “como en casa”. A gusto. Sin embargo, la posibilidad de atrasar la fecha de siembra para darle más estabilidad, ha causado furor en las últimas campañas.
“Un cambio grande ha sido el desarrollo de la tecnología de maíz tardío que expandió la frontera del cultivo y le dio seguridad productiva, generando pisos de rendimiento altos y mayor estabilidad y le permitió ingresar a zonas en donde antes la cuenta no cerraba”, apuntó Gustavo Martini, productor y asesor del sur cordobés (también lo hace en San Luis), y desde hace 6 años coordinador del área de agricultura de AACREA (la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola).
“La importancia del maíz en la rotación es grandísima”, sentenció Martini. Pero además de los méritos agronómicos, en los últimos dos años cerraron también las cuentas, y “si el número apenas da, el productor lo siembra, porque sabe los beneficios que tiene este cultivo en los suelos y en todo el sistema”, opinó Martini, quien también ponderó el aumento de híbridos que permiten hacer un mejor control de malezas.
Río Cuarto, donde tiene su base Martini, es de los lugares donde más maíz se siembra. Incluso funciona allí Bio4, que transforma el maíz “del barrio” en bioenergía y bioelectricidad, así como también en alimento para los animales. Todo en la zona. Sin fletes largos y onerosos.
En la zona de Río Cuarto, donde tiene su base productiva Gustavo Martini, el maíz se transforma incluso en bioenergía y bioelectricidad, así como también en alimento para los animales, lo cual suele ser más rentable que llevarlo hasta los puertos, pero las regulaciones en los biocombustibles y en las exportaciones de carne vacuna complejiza el escenario.
“Son suelos más livianos con fertilidad marginal en donde el maíz juega un rol clave para la sostenibilidad de la producción, porque gracias a la cobertura de los suelos se puede hacer una mejor retención de agua, y siempre la soja después de maíz viene mejor”, destacó Martini.
Para el productor y asesor cordobés, la estabilidad sin resignar tanto potencial de las siembras tardías ya son un hecho y “han subido los pisos de rendimiento y los promedios. Ahora el desafío es empujar los techos”. “Hay una brecha entre los productores de punta y el resto que se podría empezar a acortar mejorando la fertilización”, dijo Martini.
¿Y entonces? ¿Por qué no se fertiliza más? “Depende del contexto, es cierto que subió la cotización del maíz, pero también subieron los fertilizantes el último año, y si bien generalmente su aplicación tiene respuestas, esa compra de fertilizante tiene un costo inicial fuerte, que no todos los productores pueden o quieren asumir”, advirtió Martini.
Otro desafío, según Martini, es el de cuidar las tecnologías (los eventos biotecnológicos) y una de las estrategias para esto es hacer correctamente los refugios: “Parte de los cimientos del edificio están puestos en las biotecnologías, por eso es importante cuidarlas para alargarles la vida útil”, reflexionó Martini. Aunque lamentó: “De los que compran semillas para hacer refugio, que no son tantos, luego muchos no lo implementan correctamente, es un llamado de atención”.
Como cierre, Martini contó que por segunda campaña consecutiva para esta época hay más ímpetu para sembrar maíz que años anteriores. “Lo que podría hacer cambiar la decisión entre hacerlo temprano o tardío es que no acompañen las lluvias primaverales”, cerró.
Los “locos” de la Patagonia maicera
Hace algo más de una década, productores y empresas agropecuarias que habían tenido éxito en otras regiones del país vislumbraron que se podría producir granos en las puertas de la Patagonia, esto es, en la zona del Valle Medio, aprovechando el agua de los ríos Colorado y Negro. Una zona históricamente frutícola con algunas pinceladas pecuarias que hoy, gracias a la visión de esos pioneros, se está convirtiendo en un polo productivo patagónico de granos y forrajes pero también de carne.
“Cuando empezamos nos decían que estábamos locos, que esa zona no era para producir soja o maíz, hoy nos miran de otra manera, pudimos demostrar que no estábamos equivocados”, contó Hugo Ghío, quien fuera uno de los pioneros de la siembra directa y la gestación de AAPRESID (la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa) hace tres décadas y pisando los 60 se animó a este desafío.
Hugo Ghío fue uno de los pioneros de la siembra directa, hace tres décadas, en la región central del país, y antes de jubilarse está ampliando la frontera agrícola en el norte patagónico, para aprovechar el agua de los ríos Negro y Colorado.
Ghío produce sobre la margen norte del río Negro, entre General Conesa y Choele Choel. Además de agricultura hace ganadería. “La combinación de radiación y temperatura junto con el agua de calidad hace que los cultivos tengan uno de los mayores potenciales productivos del país”, compartió Ghío.
En la previa, los pioneros que arrancaron esta aventura patagónica pensaban que para “hacer suelo”, que era uno de los primeros desafíos, había que sembrar mucho maíz. Sin embargo, al ser una zona fría, cuesta que se degrade el rastrojo y eso complica las labores y nacimientos posteriores. Así las cosas, la soja también ocupó su lugar, junto con el trigo y la vicia villosa, que es la leguminosa estrella en esto de hacer suelo, darle porosidad, profundidad, permeabilidad, materia orgánica, etc.
En el campo de Ghío, el maíz cubre un 40-50% del área. “Si pudiéramos hacer maíz sobre maíz lo haríamos, pero no se puede por el exceso de cobertura que no se degrada, aunque en el caso nuestro pastoreamos los rastrojos y después sembramos soja, y en otros lotes hacemos una labor superficial y luego sembramos trigo, vicia y detrás de la vicia maíz de nuevo”, repasó Ghío.
“Logramos mejorar las condiciones del suelo más rápido de lo que pensábamos. En 5 ó 6 años vimos que suelos que no tenían capacidad productiva pueden lograr una producción inimaginable”, dijo Ghío.
El maíz se siembra como fecha óptima del 15 al 20 de octubre, con híbridos de 121 días que terminan su ciclo en abril-mayo. “Tenemos que cosechar en ese momento, con una humedad alta de 17% promedio porque tenemos un gran problema que es el chancho jabalí que se llega a comer 2 a 4 toneladas del rendimiento si lo dejás más tiempo secando en el lote”, advirtió Ghío.
Hoy están obteniendo rendimientos de campo de entre 13 y 15 toneladas, pero Ghío cree que si pudieran reducir la influencia del jabalí llegarían bien a las 18-19 toneladas (que se han logrado ya en ensayos de la Chacra Valles Irrigados Norpatagónicos de Aapresid). De hecho, un trabajo del INTA Valle Inferior reportó rindes potenciales superiores a las 20 toneladas por hectárea.
Lo interesante es que se buscan no sólo picos de rendimiento, sino estabilidad productiva, algo que lo da la genética adaptada, la radiación y agua de calidad cuando el cultivo lo necesita.
Se trabaja con densidades altas, superiores a las 85.000-90.000 plantas por hectárea, un nivel nutricional de 400 a 500 kilos de urea sobre un antecesor vicia villosa que deja su aporte nitrogenado, con un milimetraje total que va de 800 a 900 milímetros. Es clave mantener en el periodo crítico un umbral del 75% de capacidad de campo de agua disponible en el suelo.
Una de las falencias (o desafíos por resolver) de la zona es la logística. Faltan buenos caminos (en realidad, un déficit en toda la geografía nacional), además de un tendido eléctrico que permitiría dejar de regar con combustible que es más caro e incómodo. También falta mano de obra especializada, contratistas que puedan, por ejemplo, hacer rollos con ese sobrante de rastrojos de maíz que permitan diferir el alimento a los animales.
“Cuando venís acá siempre surgen problemas, pero cuando ves el potencial que tienen los cultivos te enamoras, transformamos algo que era un desierto en un vergel productivo, generando suelos y balance carbono positivo, pero también riqueza y trabajo. Así y todo hay que seguir pagando retenciones, sólo en este país sucede que esto no esté más explotado”, cerró Ghío.
Para los que se animen ahora, el camino está más allanado. Sin embargo, van a tener que reaprender todo lo que ya saben, porque Norpatagonia es un desafío permanente.
En definitiva, el maíz es un jugador de toda la cancha que de a poco sigue dando respuestas en sitios fuera de su zona de confort, no sólo a fuerza de innovación genética, sino, también, con una evolución en la incorporación en las rotaciones, así como otras propuestas de agregado de valor.