“Hoy, con la misma cantidad de milímetros, estamos cosechando el doble de soja que hace diez años, son 3000 kilos por hectárea de soja con 600 milímetros, con eso hace diez años no hacías nada”. El textual es del productor y contratista del Chaco, Daniel Kempe, y es una postal de cómo ha evolucionado productivamente el norte argentino con herramientas genéticas pero también de manejo (hasta se animan a hacer cultivos de servicio) y tecnología en maquinaria (siembra de precisión, pulverizaciones variables y cosechas con gestión de datos).
Algunas zonas de la provincia de Chaco vienen de sufrir, a comienzos de 2019 la inundación más grave de los últimos 30 años (según el reporte del INTA Sáenz Peña). Suelos saturados de agua, nutrientes lavados y barrido de la vida microbiana fueron algunas de las consecuencias que ocasionaron 3 meses de lluvias que afectaron 2,2 millones de hectáreas.
“Hoy ya volvió todo a la normalidad, casi no queda agua en los campos pero sí quedaron deteriorados los caminos, no alcanza el tiempo ni máquinas ni recursos para recuperarlos”, repasó Kempe.
Entre las consecuencias agronómicas, se sembró menos girasol porque en agosto todavía había campos anegados. “Lo que sí, que el girasol que se cosechó está muy bueno y el trigo también”, argumentó Kempe. El que salió beneficiado por el recorte girasolero es el algodón: “Hay aumento de área por lo que no se sembró de girasol pero, además, hace 4 años que el algodón tiene 50% más de rentabilidad que la soja, y eso sedujo a productores grandes que no venían sembrando”.
Nuevas tecnologías
Para Kempe, la gran diferencia hoy es que “todo se registra, se analiza, y se va conociendo más el lote y sus potenciales” para tomar decisiones muñidos de más datos. “La información nos sirve y nos ha servido mucho y a pesar de que no podemos manejar las lluvias sí podemos ajustar otras cosas”, reflexionó.
El legado familiar de Kempe viene de su abuelo Emilio Máximo Kempe, que llegó de Alemania a Charata en tiempos de la primera guerra mundial (1914) y empezó sembrando 80 hectáreas. Daniel Kempe, vio lo que hizo su abuelo y luego su padre junto a sus tíos (seis hermanos). Motivado por esto desde los 15 años trabajó arriba de la cosechadora hasta los 21. Hizo la escuela primaria pero no el secundario. Desde los 21 años, cuando se casó, trabaja con su suegro, Eduardo Giraudo.
Trabajan unas 7500 hectáreas (70% de campos arrendados) pero siembran 10.000 hectáreas contando lo que hacen de doble cultivo sea trigo/soja, trigo/maíz, girasol/maíz o girasol/soja. En el 50% de la superficie se siembra soja, 30% maíz, 7% algodón y el resto es girasol.
“Usamos la mejor tecnología disponible en semillas y hacemos refugios”, contó Kempe.
Un tema importante es el de los alquileres. Están intentando que sean por tres años. “Si vos trabajás bien y limpias un campo de malezas y al año siguiente viene otro y oferta un 20% más vos, que hiciste la inversión, te quedás afuera y le dejás un campo hermoso”, se lamentó el productor chaqueño.
Rotaciones
Una de las rotaciones que eligen es dos años de soja, uno de maíz, soja de nuevo, y después una parte va a trigo y otra a girasol. Sobre el trigo se siembra maíz y sobre el girasol se siembra maíz o soja.
En los campos donde se hace algodón se siembran dos años de soja, maíz, después algodón, maíz y de nuevo dos años de soja. “Tratamos de que al tercer año haya sí o sí maíz y si podemos metemos trigo/maíz, dos gramíneas porque si no le cuesta mucho remontar al suelo”, explicó Kempe.
Hace unos años están probando fertilizar el maíz, pero hay que tener cuidado porque cuando falta agua se quema el cultivo. “Cuando llueve te puede multiplicar un 30% más el rinde, pero si no llueve podés quedar un 30% abajo con el costo del fertilizante al hombro”, advirtió Kempe.
El algodón ocupa sólo un 7% de la superficie, sin embargo, la campaña 2017/18 fue el cultivo más rentable. La ventaja del algodón versus soja (40 y 35 qq/ha de rinde, respectivamente) fue de 3 a 1 en rentabilidad. El segundo lugar lo tuvo el girasol, luego soja y, finalmente, maíz. “En algodón nos preocupa mucho el picudo, porque una vez que lo viste en la cápsula es porque ya puso sus huevos ahí y se pudre”, explicó Kempe. Y agregó: “Para controlarlo se hacen 4 aplicaciones cada cuatro días, se esperan siete días y, si persiste, se vuelve a hacer otra batería 4 por 4”.
El contratista
Cuando se pone el “traje” de prestador de servicios, Kempe destaca que pugnan siempre por estar al tope de la tecnología.
El parque de maquinarias consta en total de seis pulverizadoras todas con sistemas de aplicación selectiva, cuatro sembradoras (con varios tractores) y dos cosechadoras. Prestan servicios de pulverización y siembra, ya no de cosecha “porque ha dejado de ser rentable”.
Hoy el foco está puesto en las pulverizaciones variables (también están incursionando en las siembras variables). En promedio, la última década cada pulverizadora trabajó 33.000 hectáreas por año. Los servicios de pulverización “normal” empiezan desde la primer quincena de enero hasta agosto. Luego de eso, se atacan los barbechos con selectiva.
Para hacer aplicaciones selectivas las pulverizadoras tienen lectores puestos sobre el botalón que detectan la presencia/ausencia de malezas y abren los picos en una fracción de segundo en caso de detectar malezas. Se puede elegir el tamaño de la maleza que uno quiere que “vea” o detecte ese lector. Incluso una de las pulverizadoras cuenta con un scanner manual que permite acercarse a la maleza y mostrársela al lector. Luego esa imagen se internaliza en la máquina que irá aplicando sólo a plantas que tengan esas características.
Es un francotirador con una mira telescópica”, se entusiasmó Kempe, que está esperando ansioso para probar esta tecnología de avanzada en Argentina.
La inversión en cada equipo para hacer pulverización selectiva, que cuesta 180.000 dólares, se amortiza cobrando ese servicio el doble. Y el cliente lo paga porque también se ahorra mucho dinero en herbicidas.
La campaña pasada, con cuatro máquinas se pulverizaron 70.000 hectáreas. El ahorro promedio fue del 82% en herbicidas (base de 55% hasta picos del 98%) comparado con una aplicación normal homogénea para todo el lote.
La máquina se prepara para aplicar en 10 hectáreas usando una dosis homogénea con un caldo/dosis un poco más elevado de la receta recomendada. “Si cuando entra al lote en vez de 10 puede hacer 50 ó 200 hectáreas entonces ahí tenés el ahorro, hiciste más con la misma cantidad de producto”, explicó el Kempe.
“Si gastamos sólo un 20% respecto de una aplicación normal homogénea que hoy vale 30 dólares vamos a estar gastando sólo 6 dólares, para el cliente es mucha diferencia”, especificó Kempe. Entonces, “si el servicio normal lo cobramos 4 dólares la hectárea, el selectivo lo cobramos 8, pero el cliente se está ahorrando entre 20 y 24 dólares en producto”.
Volviendo a su faceta de productor, entre las innovaciones de manejo, pensando en otra forma de controlar malezas, Kempe está empezando a trabajar con cultivos de cobertura que se siembran con avión, como vicia, antes de la cosecha de maíz (al momento de recolectar el maíz la vicia ya tiene 30cm de altura). También se siembra centeno sobre rastrojo de soja. O un surco de centeno y uno de vicia.
“En definitiva, la clave productiva es una sumatoria de todo, planificar bien las rotaciones, tener campos limpios de malezas que te roban humedad, ajustar las fechas de siembra, usar preemergentes, genética y maquinaria”, resumió Kempe. Seguir innovando para no quedarse atrás. Ese es su motivación.
El ojo del amo…
Hoy, la telemetría y otras herramientas permiten hacer un monitoreo permanente de cosechadoras, picadoras, tractores, sembradoras y pulverizadoras. Así, el propietario de un parque de maquinarias puede controlar y certificar el trabajo sin estar en el o los campos.
En el caso de las pulverizaciones, los equipos de Daniel Kempe cuentan con la posibilidad de conocer datos clave como temperatura, humedad relativa, viento, velocidad de avance y litros por hectárea. Al tiempo que hace un mapa de la aplicación. Todo queda registrado.
Para que sea sencillo, las pulverizadoras tienen cargada una tabla que establece dos parámetros fundamentales para saber si se puede o no hacer una pulverización: temperatura y la humedad. “Son dos líneas que se cruzan –explica Kempe-, y marcan con rojo cuando las condiciones obligan a frenar la aplicación, con verde para seguir y con amarillo cuando puede seguir, pero con algún coadyuvante o aceite”.
Este seguimiento no sólo puede hacerlo Kempe, sino también su cliente –si él lo habilita-. Otra ventaja que descubrieron Kempe y su equipo es que, al trabajar con las aplicaciones selectivas, se puede armar un mapa de malezas de gran utilidad para el cliente. “Los pulsos del caudalímetro generan datos georreferenciados de las partes del lote donde se aplicó más o menos producto de modo que queda armado un mapa de colores donde el verde es donde no se aplicó nada, el amarillo un poco y el rojo donde aplicó mucho, y, por lo tanto, donde había muchas malezas”, indicó Kempe.
El productor y contratista Daniel Kempe cuenta como apuestan a la innovación para lograr más rendimientos en soja, maíz, girasol y algodón.